martes, 20 de abril de 2010

So lovely

Dedicarse a la publicidad resulta atractivo, o eso creo. Para mí, al menos, lo es. Por aportar un dato objetivo, la carrera de publicidad es una de las de mayor nota de corte (igual a demanda) y, sin embargo, carece de prestigio, salidas o finalidad alguna reconocida. Así que, supongo, esto se debe a que nos resulta atractiva (o igual es porque tiene fama de ser fácil, o por cualquier otra razón que no demuestra mi hipótesis inicial así que rechazaré sin tregua).

A pesar de que la publicidad está mal vista, la profesión publicitaria es molona. Cuando Jesús Vázquez dice “nos vamos a publicidad” inmediatamente nos aferramos al mando a distancia y lo apretujamos como si no hubiese mañana. Tan pronto como nos salta un pop-up mientras navegamos por Internet emprendemos una carrera contra-reloj hasta encontrar la pequeña cruz que cierra la ventana. Estamos cansados de publicidad, la evitamos, queremos tomar nuestras propias decisiones, etc.

Sin embargo, la profesión es guay, al menos por fuera. Dices, soy creativo publicitario, y tus amigos fardan de ti. Las agencias se presentan con textos ingeniosos hablando de sus ideales, de su visión no solo de la comunicación sino también del mundo. Todas quieren romper reglas, resolver problemas, hacer que las marcas resulten atractivas, cambiar el mundo. Y supongo que por eso la profesión publicitaria resulta atractiva conceptualmente. Y nada más lejos de la realidad. Los citados ideales de la agencia se rompen en cuanto un cliente dice “lo quiero así”. Los ideales son “lo que diga el cliente aunque vaya acompañado de yo de esto no entiendo”, los ideales son “la opinión de la hija de 5 años del director de marketing de marras va a misa”, los ideales son “puedes tener un montón de argumentos para apoyar tu trabajo, años de experiencia, te puede hasta gustar, estar ilusionado, que en cuanto se va todo a la mierda se abandona y a hacer lo de siempre que no vale para nada pero da pasta que al final es lo que importa”. En cuanto nos lo proponen ponemos el culo sin rechistar y hasta nos autoconvencemos de que nos gusta o que es lo correcto y olvidamos que lo ansiado era hacer el amor a todas horas y de formas muy distintas y variadas pero usando los orificios, llamémosle convencionales.

Así es como me he dado cuenta que hemos hecho de la profesión publicitaria, y seguimos haciéndolo cada día, una lovely brand.

Si esto fuese una actualización del twitter sería: denostamos la publicidad pero amamos ser publicistas.

Anónimo3

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